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Lo Que Arde

Entre un cosquilleo y un cable pelado: ahí

Actualizado: 26 nov

Collage retro con una mujer tapada por un cartel de error 404 que dice ‘This brain has too many tabs open’, rodeada de nubes sobre fondo azul verdoso.


Hay días en los que la cabeza parece un enjambre.

No es pensamiento: es ruido.

Es como si adentro hubiese un motorcito girando sin agua,

moliendo aire caliente.


La palabra técnica sería sistema nervioso,

pero a mí me gusta pensarlo así:

es un cableado lleno de chispas.

Cuando está sobrecargado, ilumina de más.

Cuando lo acompañás con algo simple, baja un cambio.


Pasa algo parecido en el intestino.

Le dicen “segundo cerebro”, pero no porque sea místico:

es porque ahí vive la fábrica de señales que te calman o te aceleran.

Y esa fábrica, cuando está exigida,

empieza a mandar mensajes raros,

como si alguien hubiese tocado todos los botones a la vez🤪.


No es “estar mal”.

No es drama psicológico.

Es física doméstica del cuerpo:

un ventilador sin lubricación,

un parlante saturado,

la radio cuando agarra interferencia📻.


Hay pensamientos que aparecen cuando el cuerpo está pasado,

y se deshacen apenas lo acompañás.

No es que desaparezca todo,

es que vuelve a tener bordes.



Botella de vidrio turquesa con una nube blanca suspendida en su interior, como si flotara sobre un remolino líquido del mismo color.



Y acá viene algo que aprendí en carne viva:

no necesitás correr, ni soltar, ni transformar emociones.

A veces es más simple

—casi torpe de lo simple que es—

y nadie lo dice:


tu cuerpo regula electricidad con agua.


No por majia. Por mekánika.

El cerebro funciona con impulsos eléctricos,

el intestino con neurotransmisores que también necesitan líquido,

y el sistema nervioso usa agua para amortiguar

lo que, si no, llega en crudo.


Por eso a veces, cuando estás en ese “me estoy por caer de mí”,

basta con humedecer la boca

para que el piso suba un centímetro.


No calma todo,

pero te devuelve un poco de territorio.


Manos con guantes amarillos sosteniendo un perfume Moschino en forma de limpiador, frente a una palangana roja con espuma en forma de corazón y un cepillo rosa


Después están los trucos que no vienen de ninguna terapia,

sino del cuerpo cuando quiere volver a sí:


Algo frío.

Llave, copa, una fruta del freezer.

El frío es un interruptor físico:

le recuerda al cuerpo que tiene borde.

Que no está flotando. Apretar las costillas bajas con tus propias manos.

No fuerte: firme.

Como si abrazaras el diafragma desde afuera,

conteniendo un motor que está vibrando de más.

Es mecánico, casi bruto, pero funciona.

El cuerpo interpreta esa presión como un “sostén”

y afloja un poco la electricidad que sube por el pecho.

La respiración deja de rebotar,

y aparece un alivio extraño, muy concreto,

como si algo interno encajara y bajara medio tono.

No es serenidad:

es volver a tener borde por un momento.


Mover los ojos de lado a lado.

Respirar normal.

No es místico:

es cómo el cerebro ordena lo que vivió mientras soñás.

Literalmente acomoda ruido.

Que no hay amenaza: hay sobrecarga.


Agua fría en las muñecas.

El cuerpo lo capta de una:

es ese golpecito que te baja el pulso medio punto,

como cuando metés la cara en la heladera en verano

y por un segundo te afloja algo atrás de los ojos. El nervio vago lo toma como una orden simple:

“bajá un cambio, ya”.

Y lo hace.

Te deja un alivio raro, chiquito,

como si el pecho tuviera un botoncito oculto

que alguien por fin tocó bien.



Mano cubierta por un guante rosa sosteniendo una pastilla de jabón rosa con la frase ‘Scrubbing my Insta of anxiety triggers’, rodeada de burbujas sobre un fondo rosa satinado, con una pulsera de perlas enredada en la muñeca.


No te doy recetas.

Te comparto lo que entendí después de años sin aire:

a veces no estás cayendo en un abismo,

estás buscando un punto de apoyo.

Agua, frío, borde, piso…

cualquiera de esas cosas puede ser ese punto.

Una parte de vos vuelve desde lejos.


Y cada vez que lo hago,

siento que no me estoy muriendo ni enloqueciendo:

sólo estoy sobrecargada.

Y puedo volver.

Un poco más tibia.

Un poco más yo.




Al final todo es eso:

descubrir qué te acerca,

qué te aleja,

qué te devuelve a vos

aunque sea un milímetro.


Cerebro rosado descansando sobre una hamaca del mismo tono, suspendida sobre una alfombra circular esponjosa en un entorno completamente rosa pastel.


Y, by the way…

hay algo que casi nadie te dice pero el cuerpo lo canta a los gritos:

dejar harinas, azúcares y lácteos te deshincha en mil sentidos.


No te lo digo desde un manual:

te lo digo desde un período mío bastante delirante,

cuando la ansiedad me agarró del cogote

y terminé comiendo golosinas como no hacía desde que veía The Big Channel.

Un desastre arqueológico.

Era yo, pero versión niña poseída en un kiosco,

y a la vez una especie de yonki doméstica,

metida en una niebla espesa de la que era imposible razonar la salida.


Y como todo exceso es educativo:

vi cómo mi cuerpo se apagaba,

cómo se inflaba,

cómo se trababa la cabeza,

pero también vi cómo volvía la electricidad fina

cuando corté todo de golpe y empecé de cero otra vez.



No es castigo.

No es dieta.

Es supervivencia doméstica.

A veces el cuerpo te dice basta con un susurro…

y uno igual se come tres alfajores mirando el teléfono.

Bolsa de plástico gris semitransparente suspendida sobre fondo negro; adentro se distinguen manchas de colores intensos (azules, verdes, rojos, amarillos) como si fuesen ideas comprimidas o pigmentos que empujan hacia afuera. Sensación de fragilidad y sobrecarga contenida.

Y hay algo más, dicho sin solemnidad:
si querés volver a la vida,
sacá del medio lo que te envenena —en cualquier sentido—,
porque cuando ya cargás con mil kilombos encima,
cualquier cosa que drene energía
(sean toxinas, hábitos, o esos bichos simbólicos que te comen la rutina por dentro)
te termina de partir al medio.

No hace falta explicarlo científicamente:
se siente en el cuerpo antes que en la cabeza.


Sólo quería dejarlo anotado

como quien deja una marca en la pared

después del incendio


Íconos 3D de “like” en rojo flotando en diagonal sobre fondo negro, con corazones blancos en relieve; parecen caer o escapar, como notificaciones huecas en movimiento.



↗ Blog Ardiente — loquearde.net/blog

(Cuando lo necesités, ahí hay lugar)



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