El srrr srrr de la zanahoria
- Larisa - LoQueArde

- 24 oct
- 2 Min. de lectura

No sé si fue una fiesta, un recital o un entrenamiento físico con banda sonora punk.
No fue bonito ni épico (o sí): fue distorsión, sudor, gritos con desconocidos y la necesidad de que algo me devolviera la sensación de estar viva.
Salté, canté, invité a bailar y nadie me besó porque no era un beso lo que buscaba. Era el permiso para perder la máscara por un rato.
Volví con olor a bar y a perfume (supongo, porque en esas uno no se autopercibe), y a la mañana el mosaico de mi pieza parecía una obra moderna:
zanahoria rallada (el sonido del trapo era srrr srrr contra el piso, una banda sonora doméstica), lavandina, perfume de arrepentimiento.
Entre el ácido y el desinfectante, pensé algo práctico: por lo menos el pollo y la zanahoria no se engordaron.
Descubrí otro vómito olvidado al intentar acomodar el ropero. Pisada perfecta con ojota incluida. Me reí sola mientras limpiaba: “joya, las nuevas texturas de porcelanato”, dije en voz alta y después en ironía porque la vergüenza me quería convencer de que todo era culpa mía.
A los quince me parecía normal beber hasta vomitar.
Era rito social, era risa y desastre compartido.
Hoy, después de mucho tiempo sin tomar, una sola noche alcanzó para recordarme que el cuerpo también tiene memoria y cáchers: temblor, náuseas, siesta de emergencia.
En el medio, cerca del escenario, intenté provocar movimiento, pedí que el pogo empiece, me perdí con quienes quisieron perderse.
Lo justo para apagar el cringe y prender el motor sin pedir permiso.
Bailé con medio mundo (porque sé que hay quienes se quedan muy quietos, apenas cabecean al son, pero por dentro mueren de ganas de cantar y gritar saltando).
Más tarde, en casa, recién a las tres de la tarde pude cebar el primer mate con burrito del día.
Lo necesitaba a las 8 am como siempre, pero hoy faltaba escupir las vísceras primero.
Ahí el estómago dijo “pase” y el pecho aflojó.
No arreglé del todo aún: una camisa que me regaló el sindicato del que me fui (que usé para limpiar rápido el enchastre que se me fue de las manos en el laburo), quedó atrás del mueble, la bolsa sigue cerrada esperando destino, y en la bañadera un balde con ojotas hace de isla técnica.
Orden parcial; dignidad en proceso. Narración sin pena ni vergüenza.
Pero por ahora puedo sostener que estuve, que me caí, que limpié a mi manera, que me reí de la propia tragedia y la archivé sin fingir.
A veces la euforia que uno arma mezclando punk, alcohol y movimiento alcanza para correr el telón un rato.
Hoy dejo el piso secándose, dejo el ruido en el reproductor y me permito reposar.
Mañana veremos.
Nota: Este texto es una pieza de ficción inspirada en sensaciones y escenas reales. Cualquier parecido con hechos concretos o personas es intencionalmente libre



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