SI NO HAY OJO, NO HAY ARCOÍRIS
- Larisa - LoQueArde

- 21 oct
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 13 nov

El tipo hablaba de la luz.
No como símbolo, sino como algo que se comporta.
Dijo: “Si no hay ojo, no hay ángulo. Si no hay ángulo, no hay arcoíris.”
Y en esa frase había una precisión que me dejó quieta.
No por la belleza, sino por la evidencia:
todo depende del punto desde donde mirás. (Y de la luz, claramente... y técnicamente / científicamente) (Entonces podría decirse: todo depende de la intención de tu luz)
Pensé en eso y me apareció todo lo que alguna vez me obsesionó:
la cámara, la danza, los reflejos de una ventana,
las cosas mínimas que cambian según la distancia o el movimiento,
las cosas que cambian de significado cuando se mueven apenas.
La mirada participa del fenómeno que registra,
pero no lo hace interpretando sino siendo parte del hecho.
El arcoíris no está ahí esperando que lo veas.
Se arma en la interacción.
Si no participás, no existe.
Y cuando lo hacés, llevás tu ojo, y con él, tu lenguaje.
Tu forma de nombrar, tus asociaciones, todo lo que arrastrás
sin darte cuenta cuando mirás algo.
El artista hablaba también de ese instante previo a la idea.
Un espacio que todavía no sabe lo que va a ser.
Un territorio sin coordenadas, donde algo empieza a
ocurrir antes de volverse reconocible.
Un lugar sin nombre donde algo se acomoda despacio.
Ahí es donde me encuentro más seguido:
cuando una palabra se acomoda raro,
cuando un meme me deja pensando,
cuando la gata pisa una tecla y el texto se desordena.
No lo llamaría inspiración.
Es más bien un modo de estar disponible.
De no forzar el foco.
De mirar sin pretender entender todavía
(o al menos sin pretender entender todo).
De permitirse estar en la escena antes de tener la teoría.
Ahí —en esa participación mínima—es donde las cosas se encienden.
No hay conclusión.
Sólo ese momento en que algo se deja mirar
y todavía no sabés si lo inventaste o lo descubriste.



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